jueves, 24 de julio de 2014

Timothy Leary sobre su primera experiencia con MDMA

   "Barbara y yo fuimos a un restaurante francés donde cenamos un delicioso platillo junto a una botella de Maison Pierre Grolau. Después, Barbara -que tiene como propósito en la vida llegar a lo más alto posible- me miró con esa chispa en sus ojos que dice let's do it baby. ¿Qué podría haber hecho? Las mejores cosas en mi vida han sucedido después de aceptar las invitaciones de Barbara. Cada uno tomamos una píldora e hice señas al mesero, pidiendo la cuenta. La píldora me hizo efecto antes de que regresara el mesero. ZAP! Barbara me miró y río. "Eres tan afortunado", suspiró. "Siempre te hace efecto primero."


   Estaba ahí sentado sintiéndome mejor que nunca (y sí que he tenido buenos momentos). "Mira," le dije, "vas a tener que pagar la cuenta y subirme a un taxi." Barbara me lanzó una mirada de envidia. Nos miramos a los ojos y sonreímos. Y esto fue todo, los dos lo entendíamos completamente. Todas las defensas, protecciones y hábitos emocionales estaban eliminados. Nos dimos cuenta de lo perfectamente diseñados que estábamos el uno para el otro. 

  La experiencia siguió y siguió. Empezaron a disminuir los efectos después de tres horas y tomé otra píldora. Muchísimas cosas graciosas pasaron en todo ese tiempo. Platicamos como si fuéramos Buddhas recién nacidos, recién caídos del Cielo. Al día siguiente volamos de regreso a Hollywood. Tres días después nos habíamos casado." De Ecstasy: The MDMA Story.

martes, 22 de julio de 2014


“Hay media docena de temas mitológicos importantes - el viaje del chamán, el alimento de la vida eterna, el alimento de la sabiduría oculta, el destino del alma incorpórea, la comunicación con los muertos, las divinidades vegetales - que convergen todos... en algún alimento real (normalmente una planta medicinal) consumida ritualmente no de manera simbólica, sino por la experiencia que supone." Mary Barnard -The God in the Flowerpot

jueves, 10 de julio de 2014

Diphenidine II

 Aunque había ya compartido una breve introducción a la difenidina, quisiera extenderme un poco más con este antagonista de los receptores glutamatérgicos NMDA del que se sabe hasta ahora muy poca cosa. 

 Si bien, ya se han estudiado otros antagonistas NMDA de su tipo que cuentan con tan solo algunos cambios estructurales, los efectos subjetivos de este fármaco -según mi experiencia- son diferentes y bien definidos, al menos a dosis recreativas. Si debemos compararlo con alguna otra arilciclohexilamina, sería con la metoxetamina, más que con la ketamina o la fenciclidina; aún así, como he dicho antes, la difenidina es única en sus efectos subjetivos. 

 Con la difenidina a dosis medias/bajas (0.4 mg/kg vía IM) están ausentes los efectos visuales a ojos abiertos y cerrados, si acaso, se percibe una ligera diplopía, que no tarda en desaparecer. Después de cada aplicación y mientras los primeros efectos comienzan a notarse, hay una euforia muy particular que se extienda durante una hora y se reduce gradualmente en las siguientes dos y un poco más. La euforia viene acompañada de un potente efecto antidepresivo que recuerda un poco aquel de las anfetaminas. También provoca una ligera empatía, muy reflexiva: viejas o nuevas preocupaciones salen a flote y pueden discutirse, se analizan de tal modo -siempre con esa actitud provechosa- que casi se vuelven fáciles de resolver, sin que por esto se les reste importancia. Durante todo este tiempo uno puede sentir una embriaguez característica de las dosis bajas de casi todas las arilciclohexilaminas, aquella que no abruma ni tampoco amodorra en demasía. Cuando parece que los efectos han desaparecido, uno tiene la sensación de haber concluido una sesión enteogénica de dosis altas, por ejemplo, una con tres gramos de hongos psilocibios secos. Hay fatiga mental, sobre todo emocional, pero también ese sentimiento de renovación e integración. Se siente como si se hubiese llegado satisfactoriamente a la meta de alguna empresa iniciada tiempo atrás. A los días siguientes y, en ocasiones, durante toda la semana, uno puede seguir reflexionando sobre la sesión.

 La difenidina a dosis altas subanestésicas es bastante extraña, y, aunque a estas dosis se  puede parecer más a los demás fármacos disociativos, sigue teniendo algunas notables diferencias. Quisiera destacar sus efectos a las dosis medias aquí presentadas como una posible gran herramienta del tipo psicoanalítica. 

"Se me antoja que quien, aun habiendo elegido ocasión, compañía y lugar adecuados, padece un mal viaje no es porque sea más vil que el ebrio beato. Puede que, acosado por jaurías de voces inquisitoriales, se sienta el peor tipo del mundo durante una maligna eternidad. Pero, ¿qué le diferencia realmente de los más afortunados? Quizás tan sólo posea menos fuerza para ocultar sus autoengaños, sus hipocresías o sus bajezas que quienes disfrutan de su buena conciencia psiquedélica sin asomo de sospecha. No es extraño que se haya interpretado la prodigiosa dicha deparada por un buen viaje como gracia gratuita. La balanza de la justicia psiquedélica parece inconmensurable con nuestros juicios morales: el asesino puede tener sueños de ángel y el probo ser condenado al infierno." Enrique Ocaña, Topografía del mal viaje: Prolegómenos a una "Crítica de la conciencia psiquedélica".

miércoles, 9 de julio de 2014

Antonio Escohotado sobre la medida para alcanzar la gozosa desmesura

"También hay que lidiar con el sentimiento de culpa. Algunos dicen que hay que librarse de ella. No dudo de que la culpa pueda resultar francamente útil, pero a la postre es como un cardo en el culo. No hay que sucumbir a la culpa, a una variante de la mala fe ante ésta, que por una parte la niega y por otra parte le confiere capacidad para tullir nuestra capacidad de obrar. No hay «gozosa desmesura» sin antes trabar un combate leal con la culpa."

martes, 8 de julio de 2014

La leyenda del agua


Fue cuando nos mudamos a la costa.
La casa se adentraba en un pinar
de espeso monte bajo,
un lugar muy propicio para esos
incendios del verano.
Enseguida pensé en un cortafuegos,
no nos fuese a ocurrir
como al pobre de Huxley, que vio arder
su casa, con sus libros. Sin embargo
no fue cosa del fuego: al otro día
vi los libros sedientos, las tapas arqueadas,
y ese tufo terrible que exhalaban
a hongo del demonio los más viejos;
pensé que aquello era la maldición, el justo
castigo por algunas fechorías
a unos cuantos libreros.
Lo cierto es que a partir de ese momento
no atinaba a pensar en otra cosa
-confieso que llegué
a cogerle ojeriza a aquella loma-:
cada libro tenía tantas huellas impresas,
en la memoria aquel momento exacto
en que por fin se ahormaba a nuestra mano,
tantas tardes y pétalos y besos…
y era cual si de golpe envejeciéramos.
Y así iba todo el tiempo con mi ajado
ejemplar de Lord Jim
diciendo a todo el mundo fíjate,
qué manchas de humedad. Imaginando
mi biblioteca entera sumergida
en el fondo de un barco, minada
de líquenes suntuosos. En mis sueños,
el agua me borraba las palabras,
y yo, sin nombres, mudo en la corriente
como un pez extraviado.
Cada segundo un hombre se moría
en China o Pakistán,
y yo con mi librillo preocupado,
viendo a cámara rápida la cinta
del marchitarse de la biblioteca.
Consulté a los expertos:
paraformaldehído, me decían,
y yo volvía a casa cabizbajo.
Y el mar que allí seguía
haciendo estragos con su bocanada,
arrojando su aliento de borracho
contra la pobre casa.
Y así fue que una noche,
buscando echar raíces de una vez
en aquella colina,
bebí ese vino fuerte, ya sabéis,
el ácido lisérgico. Veía
los húmedos fulgores de las casas
titilando a lo lejos,
la casulla del mar,
y en el peñón el faro que tejía
su telaraña verde contra el cielo.
Y adentro contemplaba 
la añosa biblioteca y me sentía
como a bordo del Arca,
veía las especies de los libros,
las gratas vecindades escogidas
para perpetuar la inteligencia.
Los libros eran joyas, cada uno
guiñaba un ojo de sabiduría.
Después se estremecieron a un vaivén
como de olas mansas;
los mecía la brisa en su anaquel
igual que viejas barcas.
Y luego aquella ola y de repente
flotando a la deriva.
Se ondulaban las páginas como si fuesen algas,
algunos ejemplares parecían
lenguados, de tan vivos,
y las letras nadaban como un banco
de pequeñas anguilas.
Las formas eran linfa un poco espesa,
el color era un agua esclarecida,
y uno mismo no era sino un agua
un poco más revuelta.
El alma era una savia que adensaban
unas pocas palabras,
y uno podía estar, como esa noche,
muy cerca de perderlas.
              Sin embargo
era tan natural, incluso hermoso,
ver los libros bogando, desleídos.
Y yo sentía el mar atravesarme
y ser mi carne un agua estremecida,
y ser la vida un agua iluminada,
los seres agua cálida, bullen
y el hombre un agua turbia que sabía,
un agua más amarga.
Pasó un libro delante de mis ojos
y era el viejo legajo de mis rimas,
mi vida a la deriva de unas páginas,
flotando en la corriente, convertida
en leyenda del agua.


Miguel Ángel Velasco

lunes, 7 de julio de 2014


Sobre la decisión de Huxley de utilizar LSD en su lecho de muerte

"En la hora de la muerte no vienen al caso narcóticos, sino más bien otras sustancias que amplíen y agudicen la conciencia. Si uno tiene la sospecha, por pequeña que sea, de que se podría seguir, y hay razones para creer que así es, se debería poder estar atento. De ahí cabe suponer que se dan cualidades del tránsito. Y, por último, hay que considerar lo siguiente: que no sólo se estaría suprimiendo el dolor de la muerte, sino también su euforia. Quizá haya todavía mensajes significativos en estos últimos acordes moribundos (recepciones, emisiones…). Las máscaras mortuorias reflejan un destello." Ernst Jünger, Acercamientos.