jueves, 18 de septiembre de 2014

Hans Fallada y la cocaína

 
Después tuve la loca idea de probar coca. A lo mucho me la había inyectado dos o tres veces y me di cuenta de inmediato de lo mortífera que era.
La dulce morfina es un sutil deleite que hace felices a sus discípulos. Pero la cocaína es una bestia roja y desgarradora que tortura todo el cuerpo, hace del mundo uno salvaje, distorsionado, atroz, y todo lo que obtienes son algunos minutos de absoluta claridad mental, un montón de ideas, una lucidez tan apabullante que duele.
Pero lo hice, y obtuve un poco de cocaína del mesero. Terminé de preparar mi solución y me di dos o tres inyecciones en un corto lapso de tiempo. En aquellos momentos pude ver la felicidad de la humanidad. Ya no sabía que tipo de antifaz llevaba, que tipo de falsa máscara vestía, todo lo que sabía es que estaba en medio de mi habitación balbuceando: "Oh la dicha, la veo al fin."
Pero incluso ya en ese momento de finalizar la frase no la recordaba más,  ya no sentía sus efectos, y cada inyección posterior solamente hacían de sus efectos secundarios más salvajes, más furiosos, más enloquecidos. Destellos luminosos aparecían frente a mi, cuerpos apilados unos sobre otros, letras que había leído se me aparecían de repente abriendo sus barrigas, y me daba cuenta de que en realidad eran secretamente animales. Animales astutos agitándose y recorriendo todas las páginas, empujándose unos contra los otros, creando extrañas combinaciones de palabras, y yo trataba de capturar sus significados con mi mano.
 
Traducción al castellano de un fragmento del cuento de Hans Fallada Short Treatise on the Joys of Morphinism, que aparecerá en castellano y en completo en el segundo número de Ilustración Farmacológica.
 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

GOTTFRIED BENN

Oh, noche
¡Oh, noche! Ya he tomado cocaína
y su curso comienza la dividida sangre,
el pelo encanece, los años se fugan,
yo debo, debo desbordarme
en la euforia antes de disolverme.
¡Oh, noche! No es tanto lo que quiero,
sólo un poco de concentración,
una niebla vesperal, un arrebato
de contracción, de sensación del Yo.
Papilas táctiles, borde de células rojas,
un ir y venir con esos aromas,
lacerado por un diluvio de palabras:
tan hondo en el cerebro y tan angosto en el sueño.
Las piedras vuelan hacia la tierra,
y hacia una penumbra el pez nada,
avieso sólo hacia el hacerse de las cosas
se tambalea el cráneo trastornado.
¡Oh, noche! ¡No es mucho lo que pido!
Un momento solamente, una referencia
del percibir del Yo... desbordarme
en la euforia antes de disolverme.
Oh, noche, concédeme frente y cabello,
fúndete en los marchitos días;
sé quien a partir del mito de la neurosis
me devuelva a la patria del cáliz y la corona.
¡Oh, calla! Siento una ligera sacudida:
me constelo y no hay burla en ello:
visión, yo: mi, solitario dios,
un enorme congregarse en torno a un trueno.

Traducción de José Manuel Recillas